Cuando la emoción apaga el pensamiento
En tiempos de ruido, pensar con claridad es más difícil: la emoción decide primero, la razón llega después.
Cuando la emoción apaga el pensamiento
¿Se han puesto a pensar que decir que vivimos en un país en democracia es algo que, para la mayoría de quienes nacimos después de los años ochenta, se siente casi obvio? Así, pero con otras palabras, arranca un nuevo episodio de Futuro en Construcción de Santiago Bilinkis. Y no, no voy a hablar qué pasó en la consulta de la semana pasada, aunque sí tengo mi visión. No es el enfoque que trato en esta columna que escribo hace años para OnData.
De lo que realmente quisiera hablar es de las emociones y de cómo, nos guste o no, terminan influenciando cómo pensamos y cómo actuamos. En la política, en las empresas, en el deporte y en cualquier lugar donde haya personas opinando o tomando decisiones, lo que sentimos pesa más de lo que razonamos. Cuando las emociones suben la temperatura, no pensamos bien. Por eso funcionan tan bien las redes sociales. Amplifican ese ruido emocional que nos empuja a reaccionar antes que a razonar.
En su análisis, Bilinkis explica que debido al sesgo de confirmación y del razonamiento motivado, la mente selecciona datos que validen lo que ya creemos, ignora lo demás y, si es necesario, acomoda la realidad a conveniencia. No lo hace por maldad. Lo hace para protegernos del esfuerzo de admitir que quizá estamos equivocados. Por eso, muchas veces fake news evidentes terminan siendo compartidas como información real. Y opiniones subidas de tono y sin objetividad, terminan siendo aplaudidas.
Y esto nos hace perder objetividad. Por eso, cuando un contexto emocional está polarizado, aceptar un punto intermedio se siente como una traición. En la política, reconocer que una propuesta del “otro lado” tiene sentido es leído como cambiarse de camiseta. En las empresas ocurre algo parecido cuando alguien cuestiona una decisión del líder o plantea una lectura distinta a la de su equipo. No se discute la idea, se discute la lealtad. Y en deportes como el fútbol, todos hemos visto cómo agrandamos las virtudes de nuestro equipo o exageramos los errores del rival con una seguridad que no resiste un análisis más frío. En todos los casos, la emoción manda y la razón corre detrás intentando ordenar las ideas.
La paradoja es que en momentos críticos necesitamos pensar con claridad. No para tener razón, sino para evitar que los impulsos reemplacen al criterio. Porque el riesgo no está en que la gente piense distinto; el verdadero peligro está en dejar de pensar.
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