LinkedIn, dopamina y ego: la nueva ansiedad profesional
Una reflexión sobre cómo la búsqueda de validación digital está distorsionando la autenticidad en redes y convirtiendo la coherencia en un acto de rebeldía.
Ayer me topé con un artículo de The Economist titulado “LinkedIn and the art of self-promotion”. Una sátira tan bien lograda como incómoda sobre cómo LinkedIn se ha convertido en una vitrina donde cada logro se exagera, cada historia se dramatiza y cualquier experiencia, por trivial que sea, termina convertida en una épica de superación. Lo que alguna vez fue un espacio para conectar talento con oportunidades, hoy parece más un escenario de auto-marketing compulsivo.
Hace unos meses, en un episodio de OnData Talks, nuestro podcast de negocios, analizaba lo que llamamos ansiedad algorítmica. En mis propias palabras, la defino, desde el punto de vista de una marca, creador o incluso influencer, como esa sensación de estrés, inquietud o presión que te lleva a alterar tu esencia y adaptar tus contenidos hacia lo incoherente, lo arriesgado o incluso lo falso, solo por conseguir likes e interacciones. Desde el lado del usuario, la ansiedad algorítmica opera distinto, pero con el mismo efecto. Nos lleva a compararnos, a medir nuestra vida con la vara de la perfección ajena y a sentir que, si no mostramos éxito, no existimos.
En el caso de LinkedIn, siendo el foco del artículo de The Economist, esa necesidad de validación que nos genera la plataforma hace que las personas empiecen a exagerar sus posteos, tergiversar sus historias para hacerlas más llamativas e incluso inventar puestos de trabajo o situaciones profesionales épicas. ¿Por qué? Cada notificación libera dopamina, cada “recomendar” se vuelve una pequeña dosis de placer que nos empuja a seguir produciendo contenido, aunque eso implique deformar la realidad o perder autenticidad.
No es distinto a lo que vemos en otras plataformas. Políticos que hacen retos en TikTok, marcas que se ridiculizan, periodistas que buscan generar caos, creadores que graban contenidos arriesgando su vida o influencers, hombres y mujeres, que se cosifican para conseguir views. Todos corriendo detrás de un mismo objetivo: visibilidad. Pero la visibilidad, sin propósito, termina vacía.
El problema no es el algoritmo, sino cómo nos dejamos influenciar por él. Las redes no premian la autenticidad, pero el mundo real sí. En un entorno saturado de ruido, la coherencia se ha vuelto la forma más poderosa y escasa de diferenciación. Al final, los likes se esfuman, pero la reputación que dejamos es lo único que permanece.



