Lo que aprendo trabajando con cada generación
En esta columna comparto lo que he aprendido trabajando con distintas generaciones y por qué la Gen Z representa el mayor reto (y también una gran oportunidad).
Cada generación tiene sus códigos. Los baby boomers crecieron bajo estructuras jerárquicas, creyendo que el trabajo era sacrificio y que el respeto se ganaba con títulos y años. La generación X valoró la estabilidad y la autoridad. Los millennials empezaron a cuestionarlo todo: los horarios, los liderazgos autoritarios y hasta si una empresa merecía su tiempo si no tenía un propósito con el que se identifiquen.
Entiendo que, en cada época, los líderes empresariales han enfrentado retos para lograr equipos alineados y exitosos. Pero lo que veo hoy con la generación Z rompe todos los esquemas. Y me parece que entenderla es más complejo.
En mi día a día convivo con todas las generaciones. En el equipo de trabajo de OnData hay varios centennials; entre nuestros clientes, interactuamos constantemente con millennials, Gen X e incluso baby boomers. Pero donde más noto las diferencias es en el aula. Como colaboro con varias universidades, en mi semana tengo alumnos de 18 años que recién empiezan sus carreras y también de últimos semestres o posgrados. Y aunque parezca exagerado, para mí es más desafiante dar clases a la generación Z.
Desde mi lado, es más exigente desde la preparación, un workshop o clase a gente con experiencia. Sin embargo, con la Gen Z necesitas más habilidades para captar su atención, motivarlos y lograr compromiso. Alguna vez leí un modelo que se convirtió en parte de mi día a día como líder: existen tres fuentes de poder para influir en otros. La primera es el poder de derecho, que proviene de tu cargo y jerarquía. La segunda es el poder del conocimiento, que nace de tu experiencia y preparación. Y la tercera es el poder de la relación, que se construye cuando logras una conexión real con tu equipo.
La clave está en no abusar del poder jerárquico. Esa fuente debería usarse solo en casos extremos y no como el camino habitual. Hoy, más que nunca, liderar y enseñar a la Gen Z requiere apoyarse en el conocimiento y en la relación. Porque si no conectan contigo, no se comprometen. Y sin compromiso, no hay avance.
¿Qué veo en la Gen Z que no veía en millennials como yo, ni en generaciones anteriores? Personas más ansiosas, más propensas a frustrarse si algo no funciona y también más exigentes con el sentido del trabajo. No basta con tener un buen empleo. Necesitan conectar con la empresa y con sus valores. Tienen menos tolerancia a entornos tradicionales, son menos constantes en los trabajos y más sensibles a la crítica.
A su vez, son muchísimo más conscientes de su salud mental y física. A los 18 años, yo no pensaba en meditar, tomar electrolitos o ir al gimnasio cuatro veces por semana. Ellos sí. Y eso, sin duda, es un avance.
Finalmente, también los veo menos independientes. Muchos siguen siendo emocional y económicamente dependientes de sus padres. Quizás porque crecieron más protegidos, o porque hoy todos estamos más expuestos a los temores amplificados por redes sociales.