No basta con ser bueno: hay que saber brillar
Tras la muerte de Hulk Hogan, una reflexión sobre talento, carisma y por qué brilla quien sabe conectar, no solo quien sabe hacer.
Todos quienes me conocen de cerca saben de mi fanatismo por las luchas libres. Desde 1996 sigo la WWE (antes WWF). He visto miles de peleas, historias ridículas y otras memorables. Si les contara todo lo que he aprendido de la WWE… pero eso queda para otro día.
Ayer falleció Hulk Hogan. No era mi luchador favorito pero sería absurdo negar su impacto. Es un hecho que está entre los grandes en la historia de las luchas. Trascendió de una forma tan increíble que ayudó a poner a las luchas en el mapa mundial. Con su muerte, los medios y las redes estallaron. ¿Por qué alguien que, según los expertos, no era técnicamente un buen luchador, generó tanto ruido? La respuesta está en algo que trasciende al talento puro: carisma, marketing, storytelling y conexión.
Hogan tenía esa mezcla explosiva que lo volvió un icono. Su look, habilidades con el micrófono, sus catchphrases como “let me tell you something brother”, lo que se arrancaba la camiseta antes de luchar, entre otras tantas rutinas que tenía, trascendieron. Logró conectar con la audiencia siendo “face”e y también como “heel”. Y por eso, la gente lo adoraba. Era una leyenda, aunque como luchador no destacaba por su técnica. No tenía un repertorio amplio para luchar ni habilidades técnicas. Sin embargo está considerado como uno de los grandes de todas las épocas. ¿Por qué? Porque todo estaba diseñado para emocionar.
Lo mismo pasa con figuras como Bad Bunny. No será el mejor cantante según críticos musicales, pero es el más escuchado del mundo. Son personas que construyen una marca emocional con habilidades genuinas para hacerte sentir y vivir lo que hacen.
En los negocios, en la política y en el arte, el patrón se repite. Hay personas con talento extraordinario que nadie conoce y hay otras con menos técnica pero con una narrativa poderosa que los vuelve inolvidables. No es justo, pero es real. La lección es incómoda pero clara: el mérito técnico no siempre gana. Brillan quienes entienden que las emociones, el storytelling, el timing y la conexión son clave. No basta con ser bueno, hay que saberse mostrar. Hogan lo entendió antes que muchos. Descansa en paz, brother.